Ignasi Bosch

En busca del horizonte

Capítulo 1: “Rumbo al horizonte”
Un nuevo día, un nuevo amanecer... uno más. El ruido de las grotescas gaviotas al ver el sol asomarse una vez más por el lejano horizonte le despertaron como de costumbre. Y Julián, como siempre, siguiendo ese perezoso ritual se dispuso a empezar el nuevo día que tenía lugar. Cogió las herramientas y se dirigió al mismo lugar frecuentado desde hacía ya varios años. Sólo en algún rincón de la memoria escondiéndose temerosamente se amontonaban todos y cada uno de los años que había recorrido ese caminito, sorteado esas rocas...
La pesca, noble oficio aunque no muy rentable era perfecto para él. Su mente insatisfecha encontraba en esos largos periodos de tiempo inerte el refugio impasible que permitía su mente navegar. Y como hombre de pocos recursos también lo era de pocas necesidades. El orden, los mismos pasos que desde hacía tanto tiempo estaba siguiendo no eran más que esperanzadores momentos para imaginar y poder vivir de manera fantástica el sueño que le invadía en cada momento. Julián tenía un sueño y ese era el de, un día, poder construirse un velero y navegar, pescar y palpar en las profundas y desconocidas aguas del más allá por siempre jamás, esa imaginaria libertad que desde siempre anheló.
Cada día soñaba un poquito, en cada pensamiento se convertía un poco más real, insatisfecho pues, por su estancia en este ingrato mundo; imaginaba una vivencia plena, feliz... completa... pues se sentía incompleto... incomprendido por esa bandada de carroñeras gaviotas, pececillos raquíticos y blanca y molesta arena que desde siempre le rodearon. Su deseo, su aspiración ganaba en fuerza y en intensidad cada día que pasaba. La permanencia allí no llevaría más que desespero, que perdición, que desconsuelo.
Una noche, una de esas noches tan y tan oscuras sin luna, noche fría y solitaria tuvo una terrible pesadilla... soñó morir un día en el mismo rincón que le vio nacer. Se despertó húmedo, empapado con su propio sudor y aterrado decidió cumplir su único pensamiento. Se puso manos a la obra inmediatamente.

Para hacerlo tuvo que destruir todo cuanto tenía... pues su casa era el único pedazo de madera en muchísimos kilómetros pero no se lo pensó dos veces, no quería acabar como en la pesadilla. Así que desmontó toda su casa para poder construir la nave.
La imagen fue triste, su hogar esparcido por toda la playa describía toda su vida, piezas sueltas sin ningún sentido, piezas que reordenadas adquirirían un nuevo y decisivo destino.
Una vez terminada metió en ella todo cuanto tenía, que por cierto no era mucho. Las herramientas de pesca, la luz de aceite, esa vieja butaca y poca cosa más. Tuvo que despellejar un montón de ropa, las tristes cortinas, y algún trozo de sofá para tejer la vela, esa vela que le llevaría mar adentro... por siempre jamás.
En el último instante no tuvo valor de mirar atrás, simplemente se montó en la nave y remó los primeros metros con sus brazos, con mucha fuerza, con muchas ganas, con tremenda ilusión; partiendo sin destino dando un nuevo rumbo a su vida, construyendo un nuevo inicio y forzando un distinto final.
Los primeros días no fueron especialmente distintos, sólo que las ganas que lo fueran y esa emoción lo llenaban de ímpetu y coraje. La travesía se preveía muy lenta pues el viento amainó justo la noche de la pesadilla y a lo lejos todavía podía verse la costa, no sin cierto grado de melancolía y memorias... un suspiro nació de ese instante pero las cartas estaban echadas y el rumbo marcado, justo allí, al horizonte.

Capítulo 2: “Horizonte traidor”
Los días transcurrían lentamente, las noches aún más... esas noches frías, húmedas. Difícil acostumbrarse pero en todo caso soportables. La pesca también se convirtió en una tarea nada fácil, es muy distinto pescar en la seguridad y la cercanía de la orilla que en la vasta llanura y la lejanía de mar abierto. Pero al ser un pescador con experiencia no le costó adaptarse. Los peces no abundaban tanto como en la orilla pero ganaban en peso y tamaño de manera que con una pieza cada dos o tres días tenía ya suficiente para subsistir sin problema. Con el agua era un poco distinto pero Julián era un hombre demasiado inteligente para dejarse vencer por tales adversidades, con los pocos objetos de que disponía logró fabricar una especie de deshumidificador el cual le abastecía de agua, la cual surgía de la molesta pero provechosa humedad que se dejaba notar noche y día en el empapado aire.
Pero lo más difícil, lo verdaderamente más complicado era acostumbrarse a tal paraje, tal majestuosidad inalcanzable por la mano del hombre. Incluso el cielo parecía haber cambiado... el color, las nubes, el aire... era todo distinto. El mundo seguía siendo el mismo y sus ojos tampoco habían cambiado, entonces ¿qué era lo que hacía que todo pareciera tan distinto? Al tener una nueva concepción y percepción del mundo sus pensamientos también sufrieron leves pero significativos cambios. Había cosas que antes parecían ser obvias que ahora ni se le pasarían por la cabeza, y de la misma manera cosas que antes hubieran sido impensables y ahora eran tan pensadas como obvias. Otras, en cambio, no se vieron influidas por ese repentino cambio de escenario. Al fin y al cabo seguía siendo él en éste mundo.
Los días a pesar de estar en diferente sitio cada vez se regían por patrones parecidos, había días que parecían una cruel repetición del día anterior si no fuera por la cordura que todavía conservaba podía parecer muy juiciosamente que estaba reviviendo el mismo día una y otra vez. Y si no fuera, también, por detalles que marcaban todo un día... una nube especial, algún pez exótico, también podría decirse que estaba aprisionado en un día en concreto. Bien distinto de su anterior situación donde el que repetía una y otra vez lo mismo era él, él se repetía en un mundo cambiante donde todo a su alrededor podía sorprender en algún momento, “escenarios vivientes” los bautizó...
Las comparaciones, semejanzas y diferencias con tiempos pasados eran inevitables, no parecían peligrosas, quizá tampoco sanas, simplemente inevitables...
Y un día sucedió, el cielo empezó a oscurecer, a lo lejos se percibían los destellos de unos rayos que parecían provenir del mismo infierno. Poco tiempo después la terrible tormenta lo alcanzó de lleno... la barca aguantó el ímpetu con que las olas golpeaban el casco, ese casco que tiempo atrás había formado parte de la cocina, esa cocina en la que cocinaba esos pececillos raquíticos que pescaba en la orilla... esa cocina que ahora era casco. Bajo el estruendo de rayos y truenos, ensordecedor ruido de los truenos, un remolino lo alcanzó... vueltas y más vueltas... pero su hogar que antes era casa y ahora barco... su hogar que seguía siendo hogar aguantó de una pieza todo el desgarro y la furia de la madre naturaleza. Pero como es sabido: después de la tormenta... Y esa calma no trajo si no un mal mayor, no se había dado cuenta, hasta ahora sólo seguía el rumbo predeterminado desde el inicio del viaje... pero al haber dado tantas vueltas había perdido el rumbo y cuando levantó la cabeza se dio cuenta que ese horizonte el cual buscaba, ese horizonte el cual perseguía simplemente le rodeaba, todo era horizonte... ¿que horizonte era el suyo?... ¿lo había perdido? horizonte traidor...


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