Ignasi Bosch

Hablar

Sin pretenderlo aquí me metí de lleno en el terreno de la inteligencia emocional y la psicología cognitiva.
Como hemos dicho, aprendemos de la experiencia, el cerebro recoge y almacena lo vivido e intenta tener una base de datos lo suficientemente válida para que nos sirva para lo venidero. Cualquier situación lo bastante importante tiene más validez y vigencia que algo puramente cotidiano. Obviamente la selección se hace a partir de unos parámetros. Éstos ya pueden ser heredados genéticamente, culturalmente o aprendidos en función de lo vivido.
Un dato, creo que importante, es precisamente que este campo se tiende a descuidar notablemente en la educación emocional de los niños, con el consecuente défi cit que una cosa así supone. Nadie nos enseñó a sentir. De manera que en ocasiones se crean disfunciones en el campo emocional, por no saber interpretar o drenar de una forma adecuada lo que surge en nuestro interior.
Sentimos de una manera química, el miedo, el amor, la angustia o la ilusión son impulsos que nos llevan a actuar, producidos por estímulos que provocan la inyección a nuestro riego sanguíneo de una serie de hormonas, a la vez que se estimulan una serie de funciones, dependiendo de la emoción en cuestión. Esto obviamente lo genera, casi como acto refl ejo, nuestra parte del cerebro más “primitiva”.Y ciertas acumulaciones de estas sustancias y estados pueden provocar ciertos “empaches químicos”.
En resumen, identificamos lo que sentimos una vez se ha desencadenado la reacción en nuestro interior. El  responsable es el cerebro y su interpretación a partir de la información cognitiva que recoge. De manera que tan sólo sentir sin interpretar es básicamente imposible, pero sí que es cierto que deberíamos conocer de una manera mucho mejor “qué” y “porqué” nuestro cuerpo reacciona de la manera que lo hace.

Conozcámonos desde dentro.


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