Ignasi Bosch

Grupo de control 15: Sinergia

Vanessa Duvivier – Pedagoga Conductista

Casi ni dormí la noche anterior esperando saber cómo sería mi primer día.

Llamé más de cuatro veces a papá y a pesar de que no me estaba permitido informar a nadie de mi ingreso en el Proyecto, del cual por cierto aún sabía bien poca cosa, necesitaba compartir con él la alegría que sentía; tanto esfuerzo valió la pena. Y mucho, por no decir casi todo, se lo debía a él. Me daba mucha pena dejarlo “solo”; desde que mi hermana se fue de casa, él y yo nos unimos más que nunca y fue gracias a él que me apasioné por la psicología  y la pedagogía. Compartíamos largas charlas debatiendo y cuestionando a los grandes pensadores de la historia. Los dos siempre coincidíamos en nuestras hipótesis y teorías. Recuerdo con especial cariño cuando casi todas las noches después de cenar, nos metíamos en su despacho y arreglábamos el mundo y llegábamos a las más alocadas conclusiones. Sabía que me costaría vivir lejos de él, me animó en todo momento a dar el paso aunque sabía que también él me echaría mucho de menos a mí.

Yo tenía cierto escepticismo en ver qué tal se las apañarían solos con Mamá, en los últimos años fue como si se reconocieran, se redescubrieran. Desde que ella se jubiló, bueno en teoría, ya que seguía escribiendo libros y dando alguna que otra conferencia, ya pasaba más tiempo en casa; y eso, yo no sabía qué tal les iba a sentar después de tanto tiempo pasando tan poco tiempo juntos. Suerte que de vez en cuando aparecía Michelle con la niña, tener una cría revoloteando rejuvenece una casa y los que están en ella. Los días que mi hermana, a causa de su trabajo, nos dejaba a Ume, mis padres parecían recobrar esa chispa que hubo una vez y que por alguna razón perdieron. Cuando la hubo, yo era muy pequeña por entonces, ni me acuerdo; pero sé que íbamos los cuatro a merendar por los meandros del valle del Sena muy a menudo. Lo sé porque he visto fotos, pero como digo era muy pequeña, me cuesta imaginarlo.

En mi primer día dentro del proyecto, al llegar al recinto me asignaron mi grupo y me contaron vagamente mi tarea.

Mi función era básicamente la de guiar, hacer el seguimiento y análisis de mi grupo de control, el GC15/S23/G2 (grupo de control 15, sector 23, geción 2). Nuestro grupo estaba formado por diez individuos, cinco niños y cinco niñas. Nos encargábamos de ellos en su fase tres, de los ocho a los doce años.

Entrar en esas instalaciones fue realmente como atravesar una puerta a otro mundo. El recinto entero estaba cubierto aunque no por ello faltaban zonas frondosas y hermosos bosques. Los horarios también estaban meticulosamente establecidos. Las 24 horas fueron substituidas por ciclos de 30. Diez para dormir, ocho para estudiar, ocho para tareas y cuatro para comidas, higiene etc.

El descanso era crucial se insistía en que se cumpliera de manera escrupulosa.

Era escalofriante la dicotomía de la realidad. En el exterior lo único que podía percibirse era la decadencia, la miseria, la corrupción de una sociedad que había adoptado los más bajos instintos como abrumadora realidad. Se respiraba en el ambiente un cargado hedor a pesimismo, se había retrocedido de forma angustiosa a los rudimentos de la sociedad moderna y el ser humano parecía haber iniciado una caída en picado hacia el abismo.

Dentro del recinto, en cambio, se vive de una manera creativa donde todo cobra vida. La esperanza y el optimismo son como el agua y el aire para el anhelo de un futuro repleto de expectativas. Yo no sé exactamente la finalidad o las intenciones de todo este montaje y derroche, pero bien debe valer la pena el esfuerzo.

Cada grupo de control tiene su propio programa, los de cada equipo desconocen por completo los del resto. La columna vertebral del nuestro se basa en tratar al grupo como una unidad, sin distinción alguna. Alentando siempre a la colaboración y al trabajo en equipo. Sólo hay distinción en cuanto a niños y niñas en lo puramente fisiológico. Todos se llaman igual: Quince.

Si alguno de ellos se comporta de manera inadecuada con respecto al grupo es severamente castigado y se le aísla del resto durante un determinado periodo de tiempo, dependiendo de la falta. Con ello no se pretende anular la iniciativa o la personalidad, más bien al contrario. Se procura que cualquier dote de cualquiera de los Quince se expanda a los demás, crear un vinculo sinérgico entre ellos, abrir canales de comunicación más allá de los conocidos y se les estimula constantemente a ello. Por el contrario cuando alguno actúa de manera unilateral o perjudica al grupo con su actitud o alguna decisión se le penaliza.

El programa educativo también está estrictamente organizado, son prioritarias las ciencias sociales,  humanidades, psicología emocional y lo que llamamos protocolo de convivencia que, en este caso, corresponde a una serie de pautas establecidas por los propios Quince para medir la capacidad de crear un código propio y su disposición a seguirlo.

Se tiene especial preferencia en alentar las bellas artes, lingüística, sociología, filosofía y pedagogía.

En un segundo plano se tratan las matemáticas, biología, física y química. Sin yo entender muy bien el porqué se descartan completamente asignaturas del estilo de geografía, economía y varias asignaturas más que, en teoría y en el exterior, resultarían de igual o mayor interés que algunas de las citadas.

En las tareas se estimula el ejercicio físico y cada día un Quince distinto propone alguna actividad donde participan todos. Sin embargo se evita cualquier deporte o actividad que conlleve competición o rivalidad. Cualquier éxito o avance de cualquiera de los Quince repercute y se extiende a todos y cada uno del resto.

La estancia es muy agradable y la dinámica de trabajo intensa y gratificante, me amoldé más rápido de lo que imaginaba. Los primeros meses pasaron fugazmente.

Mi compañero, el Dr. Thomas Helmerich, es un tipo eficiente y pulcro en su tarea, paciente y escrupuloso. Algo reservado en lo que hace referencia a su vida personal, eso es habitual en el centro y aunque en ocasiones discrepamos en algunos asuntos en las reuniones diarias, hay compañerismo y nos llevamos bien.

En una ocasión, uno de los Quince, concretamente el Quince V-3 (V de varón, nosotros sí usamos un código para diferenciarlos, de esta manera podemos hacerles un seguimiento personalizado) tuvo un incidente con una de las actividades propuestas por la Quince M-1. El incidente no fue grave, únicamente un brazo roto pero dio la casualidad que fue el segundo caso en pocas semanas en el que uno de ellos salía mal parado de una de las actividades propuestas por M-1. Eso creó en ella una inseguridad que le produjo cierta aversión a la hora de asumir responsabilidades y eso acabó afectando al resto.   

Estuvimos estudiando el caso con mi compañero pero no llegamos a un consenso en la forma de actuar. De manera que solicitamos una reunión con el Dr. Keuter, director del centro, para contrastar opiniones y pedirle una orientación al respecto. Era la primera vez que hablaría con él. Nos habíamos intercambiado informes, conclusiones y propuestas pero nunca en persona. Se decía que era un tipo obsesionado con su trabajo, incluso decían que había días en que dormía apenas un par o tres de horas en el sofá de su despacho por tal de no perder un sólo minuto. Y eso a sus cerca de sesenta años no dejaba de sorprender tal entrega y entusiasmo. Me imponía mucho respeto. La gente de esa clase no suele ser muy social y tiende a ser desagradablemente sincera a causa de su falta de tacto al no haber desarrollado mucho su faceta diplomática. Pero me intrigaba ver a una personalidad de ese calibre, una eminencia en su campo de tan considerada envergadura desenvolverse en su territorio. Era un referente para todos los que trabajábamos allí.

Al llamar a la puerta él se encontraba en lo que parecía una acalorada conversación telefónica, nos hizo el gesto de que pasáramos y nos indicó que nos sentáramos. Con el dedo índice nos dio a entender que era cuestión de un minuto.

Tomamos asiento en los dos sillones que había justo delante de una imponente mesa  de madera oscura, de estética dudosa pero de indiscutible funcionalidad repleta de montañas de expedientes de distintos colores ordenados de manera cabal. Una enorme pantalla a uno de los lados de la mesa y en el centro un generoso hueco limpio de cualquier utensilio. De un vistazo recorrí todo el despacho. Era amplio con una gran vitrina en el que debía verse gran parte del recinto y aunque era ya de noche (nosotros seguíamos llamándola noche aunque estuviésemos descoordinados con el horario del exterior) podían apreciarse las luces de los distintos habitáculos de casi todas las secciones. Nos encontrábamos en lo alto del único edificio del recinto entero. Una estructura de cerca de 20 pisos recubierta de cristal ligeramente azulado. Desde nuestra sección podía contemplarse y de día era algo realmente espectacular, el resto eran habitáculos de una sola planta.

Observé el famoso sofá que, presuntamente, ejercía de cama en las noches de genial inspiración del ilustre doctor. El resto eran estanterías y libros. Casi ni se podía apreciar el color de las paredes, libros y libros por todas partes. A pesar de todo, el conjunto resultaba inquietantemente acogedor.

­-Ya les dije que era muy pronto todavía, denme tiempo y tendrán resultados... no es cuestión de eso...  no... todo requiere su curso... lo hablaré con el gabinete y les enviaremos nuestra estimación. Por ahora poco más puedo decirles. Nos veremos en Berlín, buenas noches.-Colgó el teléfono

-Ya estoy con  ustedes, Dra. Duvivier, Dr. Helmerich ¿qué les trae por aquí? ¿Cómo van nuestros Quince?- Preguntó de forma amable mientras nos daba la mano y tomaba asiento.

-Precisamente veníamos a hablarle de ellos doctor, mi compañero y yo tenemos ciertas discrepancias a la hora de tomar unas medidas.-Describí.

-¿De qué se trata? –Dijo mientras se ponía las gafas y buscaba la ficha en el ordenador.

­-Se trata de la Quince M-1- Se apresuró a responder Thomas.- Ha desarrollado un comportamiento evasivo condicionado por los recientes hechos, supongo que está al corriente de los acontecimientos.

-Ah sí, los casos de M-5 y V-3. –Dijo sin apartar la vista de la pantalla.

-Exacto- Respondí tomando la palabra- Ahora se niega a tomar la iniciativa y eso está afectando de manera negativa al resto. Se ha creado como una especie de fantasma que los condiciona a la hora de tomar el peso de la responsabilidad del grupo.

-¿Qué medidas han contemplado?-Seguía pulsando aquí y allí con el ratón.

-Mi compañero cree que es un factor totalmente temporal y que deberíamos seguir con el programa de manera normal, pero yo creo que deberíamos encaminarlo de forma especial y tomar medidas disuasorias específicas.-Afirmé con convicción.

-Aha, interesante ¿ha pensado en alguna, doctora Duvivier?- Me preguntó mientras me miraba por encima de las gafas.

-Debido a lo reciente de la situación no he podido diseñar ningún programa específico aún pero mi intención es combatirlo mediante el aumento de las tareas colectivas aumentando los refuerzos, o mucho me temo que puede convertirse en algo nada deseable para el objetivo del programa, doctor.-Empezaba a temblarme un poco la voz y a sentirme algo insegura.

-¿Y usted qué opina señor Helmerich?- Preguntó mientras se apoyaba en el respaldo con cierto balanceo y se quitaba las gafas para mordisquear la varilla de la montura.

-Yo no me alarmaría doctor, Vanessa se ha empeñado en darle una importancia que creo del todo injustificada. El grupo tiende a encontrar de nuevo la normalidad. Ya tuvimos algún caso parecido con aquél episodio con la comida, inicialmente el grupo reacciona de manera colectiva a las incidencias individuales pero acaba por imponerse el peso de la normalidad en el resto. Y de eso se trata: que reaccionen, que aprendan todos de las experiencias ajenas. Ellos deben encontrar la justa medida entre lo que entienden como peligroso o no. La responsabilidad es un bien común impagable y a la vez un compromiso de peso que deben aprender a gestionar. A la que pasen la fase de alarma poco a poco sabrán volver a arriesgar de manera más óptima.-El Dr.Keuter iba afirmando con la cabeza mientras escuchaba el argumento de mi compañero.

-¿Algo que añadir, doctora?- Seguía jugando con las gafas y me ponía nerviosa.

-Yo ya he dicho lo que tenía que decir, doctor. – Dije con cierto enfado. Me sentía cuestionada y víctima de una conspiración.

-De acuerdo, haremos lo siguiente:- Dijo mientras se incorporaba y se colocaba las gafas de nuevo - seguiremos con el programa normal un par de semanas. Mientras tanto ustedes estén al caso y hagan un seguimiento detallado de las tareas colectivas, si vemos que en este periodo de tiempo hay indicios de deformación en la conducta tomaremos las medidas que consideremos oportunas siguiendo las pautas de la doctora Duvivier. ¿De acuerdo?

-De acuerdo doctor- Dijimos al unísono sin pretenderlo.

-Pues muy bien, ahora váyanse a descansar que es tarde.-Dijo dando por cerrada la reunión. Y añadió-Por cierto doctora ¿puedo hablar un segundo con usted?-Me invadió un temor intentando recordar con exactitud mis palabras por si había dicho algo fuera de lugar o si había exteriorizado mi enfado de manera inadecuada.

-Dígame.- Le afirmé sin mirarle a los ojos.

-Usted es hija del doctor Jean Pierre Duvivier ¿verdad?-Preguntó de manera relajada e informal, en un tono muy distinto al de hacía tan sólo unos segundos.

-Pues... sí, ¿por? ¿se conocen? -Pregunté algo reticente y sorprendida sin saber del todo si el hecho que se conociesen fuese una buena o una mala noticia. Papá se había discutido con la mitad de psicólogos del mundo y con la otra mitad no sencillamente porque no habló nunca con ellos. Tenía una manera muy particular de ver y enfocar los casos y la psicología en general.

-Pues mire usted que sí.-Dijo en tono jovial con una sonrisa mientras se ponía el abrigo. Respiré algo más aliviada.

-Coincidí con él una pequeña temporada en el hospital de Saint-Etienne-du-Rouvray, ¿qué tal se encuentra su padre?- Preguntó mientras salíamos de su despacho y se despedía de la secretaria.

-Pues bien, menuda casualidad- Yo que creía que estando lejos de casa iba a pasar más inadvertida.

-Pues sí, mire por donde, ¿ejerce todavía la profesión?-Mientras entrábamos en el ascensor y pulsaba el botón de la planta baja.

-No, hace unos años se jubiló, pero sigue apasionado con todo esto. Ya sabe.-Era una situación algo incómoda, las conversaciones de ascensor nunca fueron mi fuerte.

-Jejeje, hay cosas que no cambian nunca jovencita. Quedemos un día para charlar con más calma del tema ¿qué le parece?-Mientras se abrían las puertas.

-De acuerdo, consultaré mi agenda.-Lo dije para ganar un poco de tiempo, aunque era una respuesta algo absurda. Vivíamos en el recinto y los horarios estaban establecidos. De todos modos, camino a mi habitación medité la propuesta y me decidí a charlar con el doctor. Al fin y al cabo no era un tipo desagradable y seguro que podía aprender mucho de sus palabras. Aprovechando la excusa de Papá podría hacerle preguntas, incluso sonsacarle algún que otro consejo. El enfado momentáneo de la reunión, provocado por los últimos días de trabajo intenso, había desaparecido por completo.

En los días siguientes proseguimos con el seguimiento especial del grupo. Los Quince respondían de manera adecuada aunque existían vestigios del incidente cuando llegaba el momento de la actividad. El Quince al que le tocaba proponer, al cual nosotros llamábamos Quince Alfa, se tomaba un poco más de tiempo de lo habitual, dudaba y sus propuestas resultaban más bien conservadoras. Lo curioso era ver que el resto, los Quince Beta, a los que no les tocaba la faceta de emprender la iniciativa se sentían desprendidos del peso al no tener que asumir la responsabilidad. Día a día iban relajándose. El alivio hizo acrecentar un estado de reposo que acabó por crear entre los Beta un sentimiento de solidaridad con respecto al Alfa y éste a su vez veía aliviado el peso que le tocaba asumir al apoyarse en los demás.

Aunque la situación no era normal del todo, todo apuntaba a que Thomas estaba en lo cierto. Cosa que lejos de crearme ninguna clase de celos me alivió bastante.

Es increíble observar la unidad que crean estos seres menudos. Son pequeñas personas con capacidades inimaginables. Son inteligentes hasta puntos insospechados para niños de su edad. Es prácticamente imposible engañarlos. Te observan con una mirada a la que no se le escapaba nada pero a su vez descubres en sus actos una curiosidad voraz digna de una ingenuidad brillante. Su lucidez en los procedimientos, su rapidez en captar las contingencias de la situación, su capacidad de adaptación sobrepasan con creces la media.

Yo sólo les veo un talón de Aquiles. Todo ese potencial lo tienen como grupo, individualmente las cosas parecen cambiar. Aislados se encuentran incómodos y desorientados. Su rendimiento en esas circunstancias cae en picado. Necesitan al grupo. Y el resto también necesita la pieza para completar su círculo. Si consiguiésemos educarlos algo más autónomos sin que el vínculo sea tan estrechamente acotado, quizá lográsemos eliminar esa baza. Pero esa es una hipótesis mía de la cual no he hablado con Thomas.

Había quedado con el Dr.Keuter en el sector 10, era una zona verde como todos los sectores múltiples de cinco. Esta en concreto se trataba de un bosque mediterráneo.

Lo circundaba un precioso lago de agua salada. Para acceder y entrar en el bosque se debía cruzar un pequeño puente de madera sin barandilla, al caminar sobre él la madera crujía con un sonido muy peculiar. Seguí el camino hecho de una gruesa grava. El ruido de mis pasos en ella se asemejaba mucho al que hace la nieve virgen al ser pisada.

La senda se adentraba entre majestuosos y frondosos pinos. El aire estaba impregnado de ese olor tan característico y fascinador que desprende la resina húmeda. Se vislumbraba el final del camino, donde éste se ensanchaba de forma circular a modo de plaza. Unos pocos bancos invitaban a reposar en ellos para contemplar esa milagrosa arquitectura natural durante horas.

Cuando llegué el doctor me estaba esperando sentado en uno de los bancos, vestido de manera informal con un sombrero, camisa ancha y pantalones nada a juego. Nadie diría que se trataba de una de las mentes más privilegiadas del planeta.

-Buenas doctor, disculpe el retraso se me ha pasado la hora escribiendo el último informe ¿hace mucho que se espera?- Tan sólo pasaban diez minutos pero entendía que para alguien de su rango diez minutos podían ser valiosísimos.

-No se apure mujer, estaba disfrutando de este aroma a pino que me evoca a épocas pasadas.  Sabe tan bien como yo que la raíz más primitiva de nuestra vida emocional radica en el sentido del olfato ¿verdad? Pues me estaba dejando llevar por ella.-Dijo mientras cerraba los ojos e inspiraba lenta e intensamente por la nariz.

-Seguro que tan bien como usted no, doctor.-Dije sonriendo mientras me sentaba a su lado.-Aunque mi especialidad es más bien otra, yo debería decir que el centro olfativo se compuso de los primeros estratos en recorrer a la fórmula estímulo-respuesta, aunque no seré yo quien le discuta nada a usted, dios me libre!.- No quería parecer pedante ni que esto se convirtiese en una contienda. 

-Me olvidaba que era usted hija de su padre! –Dijo mientras reía abiertamente

-Supongo que en cosas debemos coincidir, sí.-Me sonrojé un poco pero la verdad es que me siento orgullosa de ello.

-Menudo era su padre -Dejó una pequeña pausa asintiendo con la cabeza mientras miraba a la lejanía- lo sé más por lo que decían los demás compañeros, yo hablé contadas veces con él, pero todas ellas muy gratas e interesantes- Seguía balanceando la cabeza como si poco a poco le fueran llegando los recuerdos uno a uno.

-Yo era muy pequeña cuando dejó el hospital y nunca me habló de su estancia allí, ¿cómo se conocieron?-La verdad es que era un episodio de la vida de mi padre que desconozco por completo, en casa nunca se ha tocado el tema.

-Verá, yo era joven e inexperto por entonces y estaba de prácticas aquí y allí, donde me quisieran. Por lo que tengo entendido el centro se quedó sin fondos y pasó a manos de la administración pública. Mi abuelo era miembro honorífico del instituto europeo y a raíz de eso me dieron la plaza y ya lo ve, pasé un año en Saint-Etienne-du-Rouvray, del cual tan sólo las primeras 2 o 3 semanas coincidí con su padre. Pero también tengo que decir que fueron unas semanas muy intensas. -Me sorprendía su abierta sinceridad, no parecía ese monstruo de las cavernas que me habían vendido. Detrás de la fachada de genio loco habitaba una persona natural y sencilla.

-Y le contaré un secreto. -Parecía ansioso por hacerlo.-A raíz de una de las charlas que tuve con su padre redacté los esbozos que sirvieron para diseñar el programa que está usted desarrollando ¿qué me dice? -No sabía exactamente qué decir, parecía un colosal capricho del destino.

-Cuando vi su currículum encima de mi mesa supe que usted era la persona más indicada para hacerse cargo de él ¿Quién mejor que usted? Llámelo casualidad o destino, como quiera.-No sabía cómo tomarme aquello.   

-Pero entonces me está diciendo que no me aceptaron por mis méritos sino por ser la hija de quién soy ¿Cómo debo tomarme  eso? -Pregunté con una sonrisa forzada.

-No sea así, Vanessa, le contaré algo.-Su tono pasó a ser paternal.-Hay infinidad de maneras de tomarse las cosas, eso es asunto de cada uno. Lo que en realidad cuenta son los hechos, obviamente. Primero aclararle que si no estuviese usted capacitada para esta labor ya podría ser usted descendiente del mismísimo Skinner que, desde luego, no estaría aquí. Le voy a contar otro pequeño secreto.-Se me pasó por la cabeza que nunca le iba a revelar ningún secreto a ese hombre, no se guardaba ni uno.-Debe saber que el doctor Nathan Keuter era mi abuelo ¿no es así?.-Era una pregunta retórica, tan sólo asentí. –Pues bien, quizá no deba saber tan bien que Glenn Keuter era mi padre  y me apuesto una cena a que ese nombre le sonará más bien poco o nada, ¿me equivoco?.-Negué con la cabeza.- Él, al igual que su padre, también se dedicó a esto. Pero le pesó tanto el hecho de ser el hijo del gran Dr.Keuter que declinó cualquier oferta que le diera el mínimo indicio de favoritismo por ser el hijo de quien era. Quería reafirmarse por él mismo pero eso le llevó a batallar en una cruzada que acabó por sesgar su carrera, le perseguía una paranoica inseguridad en todo lo que hacía. No me gusta hablar de mí, pero imagínese cuando yo también decidí proseguir con la tradición familiar. Por un lado el peso de ser el nieto de quien era, por otra mi padre, el cual depositó en mí todo el lastre de sus propias frustraciones. Y a su vez querer tener identidad propia y forjar mi camino por mis propios méritos. Cada examen en la facultad se convertía en un duelo titánico contra el mundo entero. Tenía que demostrar más que nadie que merecía estar ahí, al mundo, a mi abuelo, a mi padre y a mí mismo. Demasiada presión para un chaval. Y cuando más dudas tenía acerca de mis capacidades, un día, charlando con mi mejor amigo en la universidad me dijo: “No sabes lo que daría cualquiera de los que estamos aquí por tener tan cercano al Dr.Keuter, hablar con él, aprender de su experiencia”.  Y tenía razón ¡ por qué demonios tenía que competir con un fantasma llamado Nathan Keuter si precisamente era mi aliado, mi compañero, mi amigo y mi maestro? Y si él intentaba echarme un cable, ¿acaso no lo haría yo por mi nieto? Por supuesto que sí. A su vez él me exigía lo que me creía capaz de hacer, al fin y al cabo él velaba por mi bienestar. Al diablo con el mundo y sus rencores.

Estamos hablando de usted, no está aquí por casualidad. ¿Usted admira y respeta a su padre? -Preguntó sabiendo de sobra mi respuesta.

-Mucho.

-Pues entonces, ya que está aquí, recoja la esencia que le evoca su padre y hágalo lo mejor que sea capaz, por nosotros, por él y por usted. Para nosotros que usted forme parte de este programa nos interesa especialmente. Usted le pone una parte del corazón que le arranca una motivación imposible de comprender por muchos de los que están aquí. ¿Qué me dice? - Mientras me ofrecía su mano extendida y una sonrisa de complacencia.

-Que tiene usted razón, doctor.- Dije al cabo de unos segundos dándole la mano y sonriendo entre dientes.

-Seguro que a sus estimados Quince les costaría muchísimo entender ese sentimiento de culpa,  ¿no cree?.-Comentó con una mirada al vacío de nuevo.

-Es posible.-Respondí a la vez que me hacía reflexionar.

-¿Y por qué cree usted que a nosotros nos pasa eso? Esos remordimientos en sentirnos culpables de algo que ni hemos hecho ni de lo que somos responsables e infinidad de otras cosas que nos intoxican y nos impiden expandirnos con mayor plenitud. ¿Cuál es su opinión, doctora? - Me preguntó mientras exploraba los árboles de en frente. Y yo no sabía si era algún tipo de examen, si me estaba poniendo a prueba o si únicamente era una agradable conversación.

-Pues mi opinión es que, entre otros motivos, parten de premisas comunes. Entre ellos no existen ese tipo de diferencias, es prácticamente imposible que se cree ninguna clase de celos entre ellos, no son capaces de concebirlos.

-¿Y la razón? -Definitivamente me estaba poniendo a prueba, seguro que él conocía la respuesta.

-La competencia, ellos no son rivales.-Observé.

-Exacto! y ¿cuál es su opinión al respecto?

-¿Sinceramente?-Pregunté cauta. 

-Por supuesto, me interesa su opinión.

-Pues yo creo que la naturaleza misma es básicamente eso, doctor: competencia. El que mejor se adapta es el que perdura, con lo cual, el que peor lo hace perece. Es así como funciona.

-Eureka! –Dijo riéndose. –Ha llegado usted a la misma conclusión que su padre planteó. ¿Se le ocurre a usted alguna posible solución?

-Es obvio que, como conjunto, han desarrollado sentidos que van más allá. Gozan de una empatía superdotada pero al mismo tiempo también  una incapacidad de tomar decisiones individuales, ya que ese es un concepto que no entra en su estructura social. Aceptamos que no podemos sacrificar al grupo por el bien de un sólo individuo, pero de la misma forma tampoco veo factible sacrificar al individuo por el bien del grupo. Porque de una forma u otra salen perjudicados todos igualmente.

-Muy interesante.-Dijo asintiendo.-Entonces dígame una cosa, ¿cómo podríamos conseguir esos avances en la inteligencia social sin mermar la capacidad individual?

-¿A qué se refiere exactamente, doctor?

-Estamos de acuerdo en que la competencia es la clave, pero existen distintas estrategias ganadoras. Yo puedo invertir mis esfuerzos en ser el mejor o los puedo invertir sencillamente en evitar que el resto lo sea más que yo. ¿Qué diferencia hay?

-Supongo que la naturaleza nos lleva unos pasos de ventaja, doctor.

-Tiene usted razón, la competencia entre estrategias también forma parte del juego. Tenemos que encontrar la manera de conseguir una estrategia ganadora no destructiva, sin que eso discapacite al individuo ni al grupo. ¿Qué le parece?

-Bastante ambicioso, pero muy interesante.

-La llamaré para empezar a trabajar en ello, de momento siga usted con sus Quince pero vaya pensando en algunas ideas. Manténgame informado.

Nos despedimos y partí hacia mi sección donde me esperaban diez genios ingenuos y a mí me esperaba un quebradero de cabeza más que importante pero muy gratificante. Pensé casi en voz alta: “Cómo me gusta mi trabajo”.

Vanessa Duvivier –Invierno de 2062


Proyecto Nuevo Génesis - Parte I: La Tierra: