Ignasi Bosch

Juguemos

Os propongo un juego. Cerrad los ojos (simbólicamente, claro). Juguemos a inventar un mundo imaginario. Es tan sólo un juego, no tiene porqué ser perfecto ni mucho menos, simplemente vayamos definiendo matices aunque sean al azar.

Supongamos que en ese mundo no existe un pasado. O al menos no como se entendería como tal. Pongamos que existen más bien una suerte de relatos dispares que cambian sustancialmente según quién te los cuente. Muchos de ellos turbios. Eso seguramente provocara un hueco en la identidad general de su población, sin una historia compartida, una población desarraigada, sin raíces. (Ya os dije que no tenía porqué ser perfecto, tan siquiera dije bueno, de hecho estoy improvisando). La falta de raíces seguramente conllevaría una falta de creencias. Si, supongamos, que el hombre es un ser creyente por naturaleza, se encontraría en un escenario huérfano. Se sentiría sólo, arrojado al mundo. Su reto se convertiría en aprender a sobrellevar esa soledad, canalizarla, a construirse con sus herramientas una estructura lo más fiable posible. Ya fuese acercándose a los relatos menos turbios, o alejándose de los que lo fuesen más, ya fuese inventándolos para que otros lo aceptaran o simplemente para no sentirse tan solo, que viene a ser lo mismo.

Al no concebir un pasado definido difícilmente pudiese llegar a vislumbrar la forma de un futuro, ya que el transcurso del tiempo no significaría necesariamente una consecución de un “antes” y un “después”, de unas causas y sus efectos. El devenir no sería resultado de ninguna acción o planificación, se convertiría en una aleatoriedad difícilmente previsible, lejos de ninguna elección o propósito.

Sin pasado ni futuro no quedaría otro sitio donde refugiarse que en el ahora. Eso estimularía sobremanera un hedonismo contaminador, incluso, en ocasiones, cierta desidia. Probablemente se agudizara el sentido de provisionalidad. Siempre a la espera del siguiente cambio. Eso seguramente causaría un estado de alerta permanente muy proclive a generar cierto estado de ansiedad. La “no concepción” temporal provocaría precisamente temporalidad en todos sus quehaceres. Trabajos temporales, viviendas temporales, parejas temporales, estructuras familiares temporales, utensilios temporales etc. Un abanico de variabilidad que no haría más que agudizar ese estado de incertidumbre.

Las herramientas, que en su momento seguramente resultaran útiles, se convertirían en potentes armas de subyugación en manos de Narcisos ególatras, ya que éstos carecerían de los escrúpulos necesarios para distinguir, los que menos tiempo dedicarían a preguntarse.

Las clases dirigentes se verían abducidas por ese germen narcisista olvidando su cometido. Y el resto de clases, reducidas castigadas al rincón de pensar, pero quitándoles las capacidades de pensar, se verían incapaces de ver el bosque entre tanto árbol.

Se acabó el tiempo.

Ya puedes abrir los ojos...

Como le dijo Morpheo en el despertar de Neo: “Bienvenido al mundo real”.

Sinceramente creo que este mundo debería reinventarse.. tú qué dices.


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