Ignasi Bosch

Los comensales

Dejemos la mesa parada, como a punto. A la espera del momento idóneo, perfecto. Regocijémonos sintiendo el júbilo al escoger el color del mantel a juego con las servilletas, la porcelana y cubertería. Al seleccionar cuidadosamente las copas y el resto de cristalería más adecuada con los vinos a elegir de una carta infinita; así como los platos, entrantes, primero, segundo, postres. Confeccionemos mil combinaciones de texturas y sabores, de formas y colores.

Eso nos proporcionará el tiempo necesario, tiempo. De eso se trata: hacer tiempo. Incluso después de haber llegado a la elección perfecta podremos adentrarnos en la selección musical. Y si no fuese suficiente también podríamos concretar los temas de conversación en cada una de las fases, dejando huecos para la improvisación, lógicamente, pero marcando una hoja de ruta que nos lleve de la mano por el ritual. Empezando por lo banal hasta llegar a la peligrosa frontera del abismo.

Dejémonos llevar por la emoción que desata la imaginación al sumergirse en ese escenario. La escena entera desprende un intenso sabor a preliminar.

Algún que otro resto de comida en los platos que invadirán la mesa, la luz se atenuará considerablemente pues las velas consumirán hambrientas la cera. La música acompañará de fondo pinceladas melancólicas con voz pianística.  

La distancia se verá reducida, sintonía. Y algún que otro contacto leve templará la temperatura del ambiente dejando paso al sentido impaciente del tacto que permanecía ansioso a la espera de su turno.


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